Banxico baja la tasa… ¿a costa de su mandato?

La Junta de Gobierno del Banxcixo anunció otro recorte de 50 puntos base su tasa de interés de referencia, llevándola de 9.00% a 8.50%.

En una decisión que parece responder más a consideraciones fiscales que a una genuina estrategia de control inflacionario, el pasado 15 de mayo la Junta de Gobierno del Banco de México anunció otro recorte de 50 puntos base su tasa de interés de referencia, llevándola de 9.00% a 8.50%, en un entorno económico particularmente incierto. A simple vista, la medida podría interpretarse como una respuesta natural ante la desaceleración que atraviesa la economía mexicana. Sin embargo, sorprende –y preocupa– que esta relajación monetaria ocurra justo cuando los niveles de incertidumbre, tanto a nivel nacional como internacional, se encuentran en su punto más alto en años. En este contexto, la decisión exige una lectura más crítica, y no pocos argumentos invitan al escepticismo.

Porque más allá de las fórmulas monetaristas, las tasas de interés también envían mensajes. Y este mensaje –en las condiciones actuales– plantea preguntas incómodas: ¿Estamos ante un intento del banco central de reanimar una economía estancada? ¿Es un favor indirecto al gobierno federal con problemas de caja? ¿O una decisión precipitada que podría minar la confianza en la política monetaria del país?

Edificio del Banco de México

Inflación repunta y Banxico baja la guardia

De acuerdo con los datos más recientes del INEGI, en abril de 2025 la inflación general se ubicó en 3.93% anual, la misma tasa que la subyacente, lo que marca un punto de inflexión preocupante. Esta última –la más persistente y estructural– había venido descendiendo gradualmente, pero ahora ha comenzado a repuntar, lo cual debió encender las alarmas del banco central. El dato rompe con la narrativa oficial de que la inflación está bajo control y en ruta para converger a su objetivo del 3.0% en el tercer trimestre de 2026.

En lugar de asumir una postura más prudente y vigilante ante este deterioro, Banxico decidió relajar aún más su política monetaria, justo cuando los riesgos inflacionarios resurgen por partida doble: tanto en su componente estructural como en el estacional.

Esto contrasta con su mandato constitucional único, claramente establecido en el Artículo 28 de la Constitución: preservar el poder adquisitivo de la moneda nacional. A diferencia de la Reserva Federal estadounidense, que también persigue metas de empleo y crecimiento, Banxico no tiene justificación alguna para “tolerar” inflación con tal de estimular la demanda interna.

Y, sin embargo, eso es exactamente lo que parece estar haciendo.

El verano no perdona: inflación estacional y cambio climático

A la preocupación por la inflación subyacente se suma una amenaza inminente en el componente no subyacente: el calor extremo. Ya se siente con fuerza en primavera y todo indica que el verano será aún más severo. Este fenómeno climático afecta directamente la producción agrícola, eleva los precios de alimentos y bebidas, y encarece la distribución en amplias zonas del país. Se trata de una dinámica bien conocida en México, donde los picos inflacionarios del verano no son una posibilidad remota, sino una certeza estacional.

En este contexto, esperar que la inflación baje naturalmente hasta el 3% en 2026 –como sugiere Banxico– suena más a optimismo institucional que a rigor técnico. La realidad apunta a una tormenta inflacionaria doble: presión estructural al alza en la subyacente y un inminente repunte en la no subyacente.

Por tanto, recortar la tasa ahora es como bajar el escudo justo cuando se avecina la tormenta.

La inflación general y su componente subyacente se ubicaron en 3.93% en abril 2025

Aranceles, T-MEC y la incertidumbre internacional

Otro riesgo que parece subestimado es el proteccionismo comercial, encabezado por Donald Trump, quien ha mantenido una dura retórica arancelaria y ha generado dudas crecientes sobre el futuro del T-MEC. Esta incertidumbre no es menor: afecta expectativas de inversión, presiona el tipo de cambio y podría provocar disrupciones en las cadenas de suministro y en los precios de los bienes importados. El propio comunicado de Banxico reconoce los riesgos inflacionarios derivados de políticas comerciales impredecibles, pero aún así decidió reducir la tasa. ¿La razón? Aparentemente, la debilidad de la economía nacional, que apenas creció 0.2% en el primer trimestre, tras una contracción previa.

¿Se privilegia el alivio fiscal sobre la estabilidad monetaria?

Más allá del diagnóstico económico, el movimiento de Banxico tiene implicaciones fiscales importantes. Se estima que por cada 0.25 puntos porcentuales que baja la tasa, la Secretaría de Hacienda se ahorra alrededor de 30 mil millones de pesos al año en el servicio de la deuda pública. Con este recorte de medio punto, el alivio podría superar los 60 mil millones de pesos anuales, en un contexto de creciente gasto en pensiones y presión por mantener el déficit bajo control.

Pero no solo se trata de ahorro: al reducir la tasa para incentivar el consumo y la inversión, también se busca rescatar la caída de la base recaudatoria mediante una mayor actividad económica que incremente la recaudación de impuestos.

La pregunta es inevitable: ¿está Banxico tomando decisiones de política monetaria para facilitar el equilibrio fiscal del gobierno federal?

La calificación crediticia de México ya debería ser más baja por estas razones. Si se consolida esta combinación de alta deuda, relajamiento monetario y pérdida de credibilidad institucional, la pérdida del grado de inversión de nuestra deuda será solo cuestión de tiempo.

Si bien no hay evidencia directa de una presión del Ejecutivo sobre el banco central, el momento de la decisión, su magnitud y el entorno fiscal apuntan a una coincidencia que preocupa. El ahorro en el pago de intereses y el estímulo a la recaudación mediante mayor actividad económica se alinean perfectamente con las necesidades financieras del gobierno federal. Más que una orden, parece una convergencia de intereses. Sin embargo, esa sincronía basta para poner en duda la frontera entre la autonomía técnica y la conveniencia política, una línea que hoy luce peligrosamente difusa.

La Fed espera… ¿y Banxico se adelanta?

En Estados Unidos, la Reserva Federal ha decidido mantener sin cambios su tasa de interés, pese a que la inflación se ha moderado a 2.3% anual en abril. La razón es clara: la incertidumbre global sigue alta, y cualquier recorte prematuro puede revertir los avances logrados en materia de estabilidad de precios.

Con la decisión de Banxico, el diferencial de tasas entre México y EE.UU. se reduce aún más, lo cual puede tener efectos negativos sobre la entrada de capitales, el tipo de cambio y la estabilidad financiera. Si el peso se debilita como consecuencia de este y futuros recortes esperados, el traslado a precios internos será inevitable. Además, una menor prima de riesgo en un entorno de alta incertidumbre podría provocar ajustes en las carteras de inversión, salida de flujos y un aumento en las primas exigidas por los inversionistas. Es decir, lo que se gana en estímulo interno puede perderse por el lado de la confianza externa.

Un tipo de cambio más volátil es justo lo que menos necesita el país en un momento de fragilidad institucional y falta de confianza empresarial. Considero que el Banco de México está entrando en un terreno peligroso: si continúa bajando la tasa mientras el rendimiento del bono estadounidense a 10 años —actualmente en 4.49%— sigue al alza, y además se presenta una crisis de deuda en Estados Unidos, el banco central mexicano podría verse obligado a subir su tasa de forma violenta.

En este contexto, la reciente degradación de la calificación crediticia de Estados Unidos por parte de Moody’s —que le retiró su última nota ‘triple A’— refuerza los temores de una trayectoria insostenible en el manejo fiscal estadounidense. Esta decisión podría traducirse en mayores rendimientos exigidos por los inversionistas para comprar deuda estadounidense, elevando las tasas globales y complicando aún más el panorama financiero. Ese escenario nos pondría frente a un choque doble: una economía estancada con inflación persistente, es decir, un escenario de estanflación. Este tipo de entorno no solo mina la inversión y la estabilidad financiera, también golpea directamente el bolsillo de las familias, erosiona el salario real y acelera la pérdida de bienestar. En ese contexto, más hogares caerían en la informalidad o en situación de pobreza, mientras se profundiza la desconfianza en la conducción económica del país.

¿Ganadores? Deudores y gobierno. ¿Perdedores? La estabilidad

Es cierto que una tasa más baja reduce el costo del crédito para millones de hogares y empresas. También es verdad que podría incentivar el consumo y, en cierta medida, la inversión. Pero conviene recordar que la política monetaria opera con rezago: los efectos de un cambio en la tasa de interés no se sienten de inmediato, sino varios meses después. Por tanto, cualquier impulso al crecimiento derivado de este recorte será limitado en el corto plazo, mientras que los riesgos inflacionarios y financieros pueden manifestarse de forma más inmediata y desordenada.

El problema es que la economía mexicana no está estancada por culpa de las tasas de interés, sino por la falta de certidumbre jurídica, el debilitamiento institucional y una narrativa oficial que niega los problemas estructurales. En ese sentido, bajar la tasa puede ser tan inútil como arriesgado.

Conclusión: El tiempo dirá, pero la señal es preocupante

La decisión de Banxico de recortar su tasa de interés en medio punto porcentual, en un contexto de inflación repuntando y alta incertidumbre global, resulta preocupante. Más allá de su efecto técnico, envía un mensaje ambiguo sobre las prioridades del banco central. En lugar de sostener una postura prudente, optó por relajar la política monetaria justo cuando los riesgos inflacionarios, climáticos y geopolíticos exigen cautela. Esto debilita su mandato constitucional de preservar el poder adquisitivo de la moneda.

El componente fiscal de esta decisión es innegable. El ahorro en el pago de intereses y el intento de reactivar el consumo para fortalecer la recaudación lucen más como una respuesta a las urgencias del gobierno federal que como una estrategia monetaria autónoma. Aunque no hay pruebas de injerencia directa, la sincronía entre la necesidad fiscal y la decisión del banco central pone en entredicho la línea entre autonomía técnica y conveniencia política.

Además, el desfase con la política de la Reserva Federal de EE.UU. agrava el riesgo. Un menor diferencial de tasas puede provocar salida de capitales, depreciación del peso y mayor presión inflacionaria. En ese escenario, Banxico podría verse obligado a revertir agresivamente su decisión. Si la economía mexicana no crece por falta de certidumbre y condiciones estructurales, bajar la tasa no solo es insuficiente, sino que podría convertirse en un costoso error de política económica. En ese sentido, sí: el recorte de tasas ocurrió a costa del mandato constitucional de Banxico. Al priorizar la conveniencia fiscal sobre la prudencia monetaria, el banco central debilita su ancla de credibilidad y expone al país a un entorno más volátil, más incierto y, paradójicamente, menos estable.

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Alejandro Gómez Tamez*

Director General GAEAP*

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